EL GRAN LAGO
La selva amanecía toda turbia, gris y
difusa por las nubes araganas que clamaban cinco minutos más de
sueño, apagaban el despertador , se daban vuelta y prosegían
soñando. A las nubes les gusta soñar que caminan y por eso no se
quieren despertar. En el plumaje verde de la selva se escuchaba
bostezar a la selva. Sonaba como una fiera atrapada queriendo romper
su jaula en pedazos y escapar.
Aquella mañana la selva no se
permitió ignorar sus sentimientos y comenzó a llorar desconsolada.
El agua dulce de su llanto se deslizó por las colinas, hacia las
concavidades de la tierra y las fue llenando a todas y también
refrescaba su llanto a las plantas y penetraba en el suelo como el
mejor regalo de los dioses. Doña Selva era la única triste, todos
los animales disfrutaban de aquel festin de cascadas, lluvias y ríos
caudalosos. Los frutos se lanzaban para ser comidos, sabian que con
el agua sus semillas les traerían hijos. Las hojas hacían música
con el gotear del cielo. Los pájaros ayudaban en inventar canciones
y ritmos. Los bichitos también comenzaban a sonar y a chapotear en
cada gota graciosa.
Mientras tanto, los árboles más
viejos platicaban con seriedad.
-¡Hasta que se dignó a llorar la muy
caprichosa!- decía un Zapote, mientras acomodaba junto a sus raíces
algunos de sus frutos que destinaba a los antiguos dioses.
-¡Deberíamos mantenerla triste por
más tiempo, porque nos estuvo matando de sed! Es como una
adolescente, cuando piensa en sus sentimientos se olvida de los de
los demás. Es una falta de respeto! - acotó un Ramón.
-Ya lo creo- interrumpió el Ceibo- Si
observan mi tronco podrán ver, donde está más fino representa todo
el tiempo que nos tuvo sin beber casi una gota. ¿Saben que ocurría
en aquel entonces?- El Ceibo era el más viejo de los árboles del
alrededor y por ello cuando hablaba todos le prestaban mucha
atención, ante la mirada atónita de todos sus espectadores
continuó- En aquella época Doña Selva andaba comprometida con los
chicleros.
El Zapote emitió un largo sollozo,
pero de inmediato las mariposas lo rodearon y lo comenzaron a besar.
-Así es- continuó el Ceibo, por un
capricho de la señorita como lo fue aquel amor incondicional por los
chicleros, vimos desangrar a tantos hermanos Zapotes, y por estarse
de coqueta, para no correr su maquillaje, dejó de llorar, tuvimos
que ingeniárnos para sobrevivir!!
-Tú eres el únicoo que podrá lograr
que esta lluvia sea más frecuente y que no esté ligada únicamente
a los sentimientos de Doña Selva- el que hablaba ahora era un Búho,
desde arriba del Ceibo le hablaba con su voz misteriosa al oído de
su rama- Y es que tú y yo podemos entrar en el inframundo y ser
escuchados por los dioses. Pero tú eres el único que está en los
tres estratos al mismo tiempo, eso es lo que necesitamos ahora. Esta
noche nos reuniremos junto a tus raices, todos los búhos, las
serpientes y los murciélagos y esperaremos que la puerta se nos
abra, para pedir que nunca se acabe el manjar dulce del agua,
haciendo que Doña Selva sea triste y desgraciada por mucho tiempo
más.
Al anochecer todos dormían cuando se
realizó la junta en el tronco del viejo Ceibo. Cuando estuvieron
reunidos todos los animales que el Bhúo había convocado, comendaron
el ritual para llamar a los dioses del inframmundo. De pronto la base
de la Ceiba se abrió y todos cayeron dentro de una cueva
subterránea, se sentía frío y húmedo. Los dioses se estaban
riendo muucho, bebían el fermentado de los frutos del Ramón y se
habían emborrachado. Al escuchar el problema que aquejaba a los
árboles, los dioses ni dudaron en ayudarlos. Los únicos que se
acordaban de darles ofrendas eran los árboles. Doña Selva no les
ofrendaba nada hacía mucho tiempo, y si los árboles morían ¿quién
se acordaría de los dioses?.
Nadie más supo de aquella reunión
clandestina, dicen que lo único que se supo fue que a partir de
aquel deseo muy ostentoso y la borrachera de los dioses, Doña Selva
ya no pudo parar de llorar y el mundo se convirtió por entero en un
inmenso lago de agua dulce.
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