BEBIDAS INTERNACIONALES
Apareció de pronto
frente a él, una roja y extraña taza, con un popote largo, como una
trompa, de plata y él quedó enamoradísimo. Acostumbrado a ver
cuencos de cerámica, como él, llenos de chocolate o café de la
Sierra, quedó sorprendido con aquella “mate”, según le decían
los chicos que en la cafetería habían llegado con aquella belleza.
Ella le guiñó un ojo y le lanzó un beso en el aire. Él ofreció
una de sus margaritas que tenía pintadas. Estuvieron largo rato
platicando, intercambiando experiencias de vida. Él contó desde que
lo fabricaron y lo metieron al horno para que se cociera el barro con
el que estaba hecho, hasta que anduvo de feria en feria intentando
que lo compraran, terminando en San José del Pacífico, en aquella
cafetería, a la que legaba gente muy diferente de todas partes del
mundo, pero que según él, nunca habían traído hasta el momento un
recipiente tan bonito como la “mate”. Ella le contó que todos
los días viajaba con esos muchachos y que no había un solo día que
no prepararan el agua caliente para tomar de ella. Somos de
Argentina, comentó la “mate” como con pesar, porque cada vez que
comentaba aquello la consideraban pedante y le hablaban menos. Pero
al tazón pareció no importarle.
El tazón comenzó a
sentir celos cada vez que los muchachos intentaban beber de la
“mate”. Él comenzaba a sentir un poco de frío, porque ya le
habían bebido el chocolate. Sabía que pronto el mesero lo retiraría
de la mesa y ya no vería jamás a la taza roja. Entre las pláticas
cortadas por los sorbos de mate, llegaron a un acuerdo. Ambos querían
volver a verse, pero no era factible que los muchachos regresaran a
la cafetería, porque habían contado las últimas monedas de sus
bolsillos para pagar la cuenta.
Organizaron un plan: él
debía de brincar dentro de un morral cuando estuvieran distraídos y
de esta manera se irían juntos para siempre. Todo estaba fríamente
calculado. El chico estaba totalmente hipnotizado con una
computadora, su mujer había ido de excursión al baño, la otra
chica veía la lluvia caer y la otra escribía sin parar. Con todo el
apoyo de la “mate” el tazón comenzó a dar pequeños brinquitos.
El mesero comenzaba a acercarse desde la cocina. El tazón apuró el
paso, tratando de pasar desapercibido, llegó al borde de la mesa
con el fondito de chocolate muy agitado. Observó exactamente dónde
debía caer, en el morral entreabierto que colgaba del respaldo de la
silla. El mesero estaba a dos pasos de la mesa y aún no lo había
visto cuando se decidió a brincar.
La taza roja se acercó
al borde de la mesa. Había escuchado un estruendo que le paralizó
la yerba mate. Encontró a su lado un pétalo de margarita que el
tazón le había obsequiado con la dulzura que un chocolate caliente
puede brindar y debajo, en el piso de madera... no quiso mirar más!
El mesero incriminó al
muchacho.
-¡Yo no fui , lo juro!-
Se defendió conflictuado cuando las chicas lo voltearon a ver.
Una de ellas sirvió
agua caliente en el mate, al que le habían dibujado, con
anterioridad, dos ojitos. La que fue a beber se quedó petrificada.
-¡Mirá!¡ El mate está
llorando!
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