FANTASMAS
El día que Casiopea cayó inconsciente, las
luciérnagas la ayudaron a despertar. Era una noche de fina lluvia y
cielo negro, plomizo, sin estrellas ni luna . En la carretera no se
veía más que la luz proyectada por los focos de la combi. No se oía
nada más que los cantos alegres de los pasajeros, seis amigos que
regresaban de Jalcomulco, de recorrer sus bosques y cascadas. Como de
costumbre, en linea recta Casiopea rodaba más rápido y en las
subidas con mucho sacrificio. La carretera variaba entre rectas y
curvas que hacía que el vehículo-tortuga fuera muy concentrado en
el trayecto.
De
pronto Casiopea cerró los ojos, todo quedó en negro, pero los
volvió a abrir, aminoró la velocidad para no cometer ninguna
imprudencia. Quizás fue la lluvia que la arrulló mientras la
refrescaba. No podía volver a quedarse dormida de esa manera. El
agua mojaba su parabrisas y los abanicos de goma hacían su trabajo
para escurrirla y dejar bien limpia la visión de la tortuga. La
conductora iba preocupada, la falla de luces era la segunda señal
que daba el vehículo, la primera había sido que al encender el
swich sonaba el claxon y la tercera señal fue que se detuvieron por
completo los limpia parabrisas, complicando la visibilidad del
camino. Era una curva cerrada y peligrosa, los tripulantes procuraron
empujar la combi hasta dejarla en un costado de la carretera, y
procedieron a tomar las linternas para anunciar que allí estaban
detenidos.
La
solución más eficaz y económica, considerando la ausencia de
mecánicos a esa hora y el precio posible de una grúa, era quedarse
a dormir en la carretera. El primer carro que pasó dio informes que
descartaron aquella idea de descanso paciente: en ese mismo sitio ya
se habían descubierto varios accidentes extraños relacionados con
el tráfico de sustancias ilegales. De inmediato un tripulante de la
combi se subió al taxí y fue de camino a un mecánico conocido en
la zona inhabitada, con cierta fe ciega de que estuviera dispuesto a
sanar a Casiopea. A los pocos minutos regresó con aquel señor
misterioso y de pocas palabras, que escogiendo con seguridad sus
herramientas reparó de inmediato el problema inusitado. Entre los
nervios y la celebración de aquella bendita solución , los amigos
se distrajeron y cuando voltearon para ver al mecánico, éste ya iba
caminando veinte pasos delante, rodeado de un halo de luciérnagas y
allí en la curva se desdibujó por completo.
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