ILEGAL
Ellos sabían que era
ilegal, más sin embargo se arriesgarían. Debían esconder la
evidencia para pasar desapercibidos en el aeropuerto de Río de
Janeiro y en el de México, pero antes estuvieron experimentando su
funcionamiento en sitios apartados y escondidos. Era necesario
calcular distancias, pesos, medidas, formas y finalmente realizar
pruebas para que a la mera hora aquello no fuera un desastre. Cada
corte debía ser exacto, cada movimiento minucioso. Las siete
personas involucradas en el suceso debían actuar con seguridad y fe
para que todo fluyera como estaba estipulado. Se acercaba el día
tras un año de espera. Los esperaban en Paracho, Michoacán, para
que pudieran realizar sin problema alguno, aquel acto tan penado en
su país.
El primer desafío sería
no llamar la atención en el aeropuerto y repartir en las diez
maletas y en los equipajes de mano pequeñas piezas de aquello que
reconstruirían entre todos al llegar al pueblo aquel. Debían enviar
en el equipaje documentado la mayoría de las partes de aquel asunto
prohibido pero otras partes iban disimuladas en el equipaje de mano.
Uno a uno, con mucha seguridad fueron pasando por la aduana. Actuaban
muy seguros de si mismos, sabían que cualquier trastabilleo haría
dudar a los oficiales y echarían a perder la hazaña. Todos pasaron
sin inconvenientes, como si no se conocieran entre ellos, para no
causar curiosidad si a alguno de ellos lo pillaban. Unos se sentaron
en asientos diferentes a esperar que el avión llegara por ellos,
otros recorrieron los free shops, comprando algunos chocolates para
entretener el paladar durante la espera.
El avión fue anunciado
por el altavoz y sin apuro fueron sumándose a la fila los siete
implicados, sin hablarse, pasando por desconocidos. Ya en el avión
comenzaron a presentarse entre ellos, como si nunca antes se hubieran
hablado. Ya tenían todo planificado, no pasarían diez horas en un
avión aburridos, cuando podrían ir cantando la lambada y bailando.
Entre copa y copa se hicieron grandes amigos y ya al desembarcar en
México parecía que se conocieran de toda la vida. En México ya no
había problema de que los descubrieran, allí todos esos asuntos
eran legales. Los diez fueron por sus maletas y se dirigieron juntos
a un metro que los acercara a la central de autobuses. Debían llegar
a Paracho esa misma tarde para acudir a una reunión muy importante.
El autobús era lento y el camino accidentado, rutas en reparación,
algún camión volcado causaba el embotellamiento de los carros. Pero
los brasileños ya llevaban con ellos unos tequilas adquiridos en el
primer puesto de revistas del metro y nada los estresaba demasiado.
Al bajar en aquel pueblo
remoto de Michoacán, los estaban esperando con unos cartelones
inmensos. Se abrazaron con aquellos desconocidos que los aguardaban
con tanta fe y se dirigieron, antes de pasar por el hotel a
descansar, a la reunión que en Brasil hubiera sido clandestina. Una
vez allí cada uno abrió su maletas y de entre los calzones y los
calcetines, pasta dental y algún que otro suéter, sacaron los
pliegos bien resguardados de aquellos globos de Cantoya que volarían
los días siguientes en el festival.
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