Ixtepec, Arriaga, 10/15
Para Dayana, Angelito y
Denis que me contó que en la luna vive un pescador,
y para todos los niños
que nacen migratorios:
Tony era un niño muy
pequeñito, fino como un palillo, moreno como el café y dulce como
una guayaba. Nació en un lugar de Honduras donde a los hombres les
gustaba mucho hacer percusión con cualquier cosa que sacara sonido y
a las mujeres les gustaba bailar en cualquier lugar donde los sonidos
de la percusión las atraparan para mover sus caderas.
Antes de hablar Tony
aprendió a reír y tanto fue así que la risa de este niño rebotaba
en las paredes y golpeaba a la gente contagiándoles aquel bonito
vicio.
La casa donde él vivía
con sus papás era más pequeña que Tony, pero de alguna manera
cabían los tres y la pequeña Caterina que estaba metida dentro del
vientre de la mamá y no ocupaba demasiado espacio.
Un día el papá de Tony
trajo una televisión a la casa y la tuvieron que meter a empujones
para que entrara en la sala, entonces se dormían los tres más
apretados, pero no importaba porque podían pasarse horas viendo
aquellos mundos increíbles que la televisión les mostraba.
Fue ahí, en la
televisión que el niño descubrió que en la Luna de los Estados
Unidos de América había un pescador llamado Dreamworks y
decidió que quería conocerlo.
Tony aprovechó una
noche en que sus papás estaban como hipnotizados con el televisor,
para escabullirse por la ventana y comenzar sus aventuras. Esa misma
noche, como quedó más espacio en la casa, Caterina pudo salir de
dentro de su mamá y ya no hubo sitio para el pequeño cuando éste
quiso regresar por su cepillo de dientes.
El niño tomó rumbo al
Norte, no debía ser muy lejos ese lugar que aparecía en pantalla,
lo difícil sería subir a la Luna para pescar con aquel tranquilo
muchacho.
En un principio se le
hizo fácil porque al ser chiquito pasaba inadvertido y podía
treparse, sin ser visto, a los camiones que transportaban ganado.
Además, como sabía platicar con los animales, le pedía a las vacas
que le llenaran sus pomos con leche y así siempre estaba bien
alimentado. Caminaba mucho, dormía sobre los árboles y comía lo
que se encontrara. A veces pasaba mucha sed, porque el sol por
aquellos lados es muy fuerte y a uno se le sale toda el agua por la
transpiración de la piel.
Cierto día una
golondrina, Marina, se puso a platicar con Tony. Le contó que ella
ya estaba aburrida de migrar siempre volando y viendo todo desde
arriba, le confesó que había decidido conocer como migraban los
hombres como él, es decir, caminando. El niño le preguntó
entusiasmado por un bonito anillo que ella llevaba en su pata y
Marina muy orgullosa le contó que se lo habían colocado unas
personas que se dedicaban a cuidarlas y a seguirles el rastro en su
ruta migratoria. La sonrisa del pequeño se desdibujó – A mi nadie
me cuida, ni nadie me sigue el rastro- pensó triste. Pero Marina de
inmediato se dio cuenta y con carrizo y semillas le hizo un anillo
que le colocó a Tony en su dedo índice. Así fue como Tony se
convirtió en un “Niño Migratorio” y se hizo esta nueva amiga
con la que caminaron muchos kilómetros, hasta que ella decidió
continuar volando. Decía que para ella era muy dura la ruta de los
hombres migratorios. Se despidieron con mucha angustia, ella le
prometió que siempre le seguiría el rastro y le encargaría a sus
compañeras que lo cuidaran y la mantuvieran informada de su camino.
Después de andar un
rato largo solo, como no sabía bien que caminos seguir, le preguntó
a otros caminantes. Al verlo tan diminuto los hombres le decían que
era peligroso que fuera solo para allá y le indicaron un lugar
donde podía encontrar más gente que iba con la misma dirección.
Siguiendo el consejo, Tony se acercó a un grupo grande de gente que
se iba para el norte y estuvo hablando un rato con el viejo Juan, un
señor que ya había ido cuatro veces “al otro lado” (así
también le decían al Norte). El niño le preguntó intrigado, si
alguna vez conoció al pescador Dreamworks, el de la Luna, el
del televisor... el anciano no lo había conocido, porque siempre
había mucha gente haciendo fila para verlo, entonces le propuso al
niño de seguir juntos y adelantarse para ser de los primeros en la
lista de espera del muchacho.
Tony y el viejo Juan
viajaron juntos un buen rato. Una vez tuvieron que cruzar un río,
entonces el viejo amarró una larga soga con un extremo a una orilla
del río y el otro en una rama del otro lado y cruzaron agarrándose
bien fuerte. Se mojaron mucho y se secaron en una fogata donde el
viejo Juan le contó de algunas leyendas que existían sobre el
Norte.
El pequeñito escuchaba
atento mientras secaba sus calcetines en la fogata, a través de los
agujeros que ya tenían sus zapatos por tanto caminar.
“Cuentan y dicen que
para llegar al Norte y conocer al pescador de la Luna, hay que pasar
varias pruebas muy difíciles. Dicen que la única manera de cruzar
el gran territorio que nos separa del “otro lado”, es montando a
“La Bestia”, una oruga gigante, muy larga y rápida que hace ese
recorrido muchas veces, buscando comida y transportando mercancía
para la zona en guerra. Pero la zona en guerra es muy peligrosa, allí
la gente se alimenta de balas y pólvora cruda. No les importa nada
más, por eso la bestia va a llevarles su comida, a cambio de que la
protejan de todos aquellos que la quieren matar porque da mucho
miedo. Finalmente si se logra llegar hasta el territorio de los
Devora Balas, se debe trepar un muro gigante, tan grande, pero tan
grande, que mucha gente se regresa y es capturada por los Devora
Balas.”
Tony escuchaba asombrado
imaginando la aventura en la que se había metido. Después de varios
cuentos el niño se quedó dormido mientras el viejo cuidaba al
fuego. Al día siguiente nació Papalote. El viejo tomó una caña ya
seca y con su machete talló algunas varillas finas que amarró en
forma de rombo y finalmente pegó con cinta unas bolsas de plástico
de colores, le amarraron un hilo bien largo de un lado y también le
pusieron la cola, con moños de la tela de una camisa que ya tenía
muchos agujeros. Esa tarde se encontrarían con La Bestia y el viejo
ya no se subiría, temía no aguantar como antes, su cuerpo sin
fuerzas y deteriorado no podría afrontar más tantos desafíos. Tony
tendría que ir sólo con Papalote y despedirse de aquel gran amigo
al que nunca olvidaría.
Tony y Papalote se
toparon cara a cara con La Bestia, no la habían imaginado tan
grande, tan alta, tan fabulosa... las personas que llegaron antes que
ellos los ayudaron a subir. Se agarraron bien fuerte a los pelos del
animal y cuando empezó a correr la oruga, Papalote se dejó ir bien
alto, amarrado a un dedo de Tony para cuando él lo necesitara. Se
hicieron muy amigos: cuando llovía Papalote lo cubría, y si hacía
mucho sol que curtía la piel, Papalote le brindaba sombra. Ambos
reían mucho y sus risas retumbaban en la distancia. Un día de esos
en los que hasta al cielo le da por llorar, Tony le confesó a
Papalote que le daba miedo llegar al territorio de los Devora Balas y
que no sabía cómo iba a subir aquel muro tan alto del que el viejo
Juan le habló. Entonces los dos comenzaron a crear una estrategia
para pasar al “otro lado”.
Todo sucedería en la
noche, debían agudizar su vista en la oscuridad para no llevarse las
cosas por delante, ni hacer ruido. Tony correría con el hilo de
Papalote, los vientos los favorecerían, y la cometa se elevaría por
los cielos hasta que el pequeño también lo hiciera, sujetado fuerte
a su hilo. Entonces llegarían al otro lado y buscarían al muchacho
pescador y lanzarían una escalera hasta él y cumpliría n aquel
sueño.
La noche tan esperada
llegó, ambos estaban muy nerviosos, el viento era perfecto, la
visibilidad era mala, llovía. Los traga balas andaban inquietos
iluminando el muro. A la cuenta de tres Tony comenzó a correr y
Papalote se elevó alto, hasta que se le olvidó el miedo. Entonces
por primera vez en su vida, el pequeño Tony comenzó a volar
amarrado del hilo de su amigo. Fue tanta su felicidad que comenzaron
a reír y su risa a retumbar... y los traga balas los comenzaron a
iluminar con focos muy potentes. Papalote hacía lo posible por
esconder al niño y fue así como el nylon de Papalote fue atravesado
por una bala, pero ya habían cruzado al otro lado. Mientras caían
se abrazaban y Tony lloraba mucho mientras Papalote se despedía.
Sin embargo, en un
momento la caída se detuvo y comenzaron a subir, lentamente. Tony
sintió que algo lo detenía desde su cinturón: era un anzuelo, un
gancho gigante de un pescador. El niño siguió con la vista aquel
hilo de pescar y divisó en lo alto al muchacho que tanto quería
conocer. Papalote y él estarían bien en la Luna. Marina debía
saberlo, sino se preocuparía demasiado, entonces Tony escribió un
mensaje en un papel, lo amarró a su anillo y lo lanzó al aire...
“Querida Marina: quería
decirte que no tienes que preocuparte más por mi, ya llegué con
Dreamwork, me quedaré aquí pescando en la Luna.
Tu amigo Tony ”
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