ESPEJISMO
Cada
sábado Goyo esperaba con ansias la llegada de Ramón, como a él le
gustaba llamarlo. Cada vez que se volvían a ver, después de aquel
enamoramiento a primera vista en el auto de Pablo, era maravilloso.
Se podían quedar horas mirándose sin decir nada y aunque Ramón
nunca salía del auto, Goyo sentía que lo quería cada vez más y
que no hacían falta las palabras para que aflorara aquel gran amor.
Ramón siempre respondía a los besos de Goyo y a Goyo siempre le
gustaba cantar como un jilguero al oído de Ramón, para mantenerlo
bajo su encanto.
Cuando
Goyo se quedaba solo, tras la partida de Pablo con su querido Ramón,
se ponía a pensar que sería bonito que algún día, no muy lejano,
Ramón se bajara del auto y pudieran acercarse un poco al río a
platicar sobre planes del futuro. Le parecía necesario que para que
su relación creciera y se fortaleciera debían tener más pláticas
explicativas. Como adultos que eran ya no podían dejarlo todo a la
deriva de la pasión desenfrenada, sin dar más vueltas al asunto:
Goyo quería hijos. Pero no uno, ni dos, ni tres, quería cuatro o
más hijos, para llenar de alegría sus días y poderse ir de
vacaciones todos juntos en el carro de Pablo.
El
siguiente sábado Goyo estaba psicológicamente preparado para
enfrentar el silencio de Ramón y proponerle matrimonio. Así fue
como sucedió, el que calla otorga, pensó Goyo un poco decepcionado
por el silencio de su amante, pero aún así lo llenó de besos y
aquel le correspondió todos y cada uno de ellos. Después se atrevió
a contarle de sus ilusiones, de los hijos, de las vacaciones...
Como
cada sábado Ramón no quiso bajar del auto y al anochecer se fue
otra vez, dejando a Goyo con un gran dolor en el alma porque ni
siquiera imaginaba la sorpresa que le traería Ramón el siguiente
sábado.
Aquel
último sábado Pablo llegó cansado, llevaba manejando horas con el
espejo roto. Una piedra mal direccionada había partido el espejo
lateral del carro en cinco perfectas fracciones y él ya traía el
repuesto para cambiarlo. Se disponía a hacerlo de inmediato para no
tener más pendientes el resto del día y dedicarlo a descansar en la
hamaca. Apenas comenzó a remover los cristales rotos cuando un
pájaro se abalanzó sobre él. Como pudo se quitó el pájaro de
encima y con trabajo colocó el reluciente y nuevo espejo, botando
los añicos a un costado del jardín.
A
la llegada del muchacho en su auto blanco con Ramón, Goyo se
apresuró, extendió las alas, tomó impulso y voló a su encuentro.
Pablo estaba molesto y lo espantó agitando sus brazos. Goyo se
sorprendió enormemente, porque fue algo totalmente inesperado que
Ramón llegara con cuatro pequeños iguales a él y que por fin se
bajaran del auto para convivir todos juntos a un costado del jardín.
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