jueves, 20 de marzo de 2014

CAPITULO DOS , DE MOMO

Una cualidad poco común y una pelea muy común
esde entonces, Momo vivió muy bien, por lo menos eso le parecía a ella. Siempre tenía algo que comer, unas veces más, otras menos, según fuesen las cosas y según la gente pudiera prescindir de ellas. Tenía un techo sobre su cabeza, tenía una cama, y, cuando tenía frío, podía encender el fuego. Y, lo más importante: tenía muchos y buenos amigos. Se podía pensar que Momo había tenido mucha suerte al haber encontrado gente tan amable, y la propia Momo lo pensaba así. Pero también la gente se dio pronto cuenta de que había tenido mucha suerte. Necesitaban a Momo, y se preguntaban cómo habían podido pasar sin ella antes. Y cuanto más tiempo se quedaba con ellos la niña, tanto más imprescindible se hacía, tan imprescindible que todos temían que algún día pudiera marcharse. A eso se debe que Momo tuviera muchas visitas. Casi siempre se veía a alguien sentado con ella, que le hablaba solícitamente. Y el que la necesitaba y no podía ir, la mandaba buscar. Y a quien todavía no se había dado cuenta de que la necesitaba, le decían los demás: —¡Vete con Momo! Estas palabras se convirtieron en una frase hecha entre la gente de las cercanías. Igual que se dice: «¡Buena suerte!», o «¡Que aproveche!», o «¡Y qué sé yo!», se decía, en toda clase de ocasiones: «¡Vete con Momo!». Pero, ¿por qué? ¿Es que Momo era tan increíblemente lista que tenía un buen consejo para cualquiera? ¿Encontraba siempre las palabras apropiadas cuando alguien necesitaba consuelo? ¿Sabía hacer juicios sabios y justos? No; Momo, como cualquier otro niño, no sabía hacer nada de todo eso. Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? ¿O sabía tocar un instrumento? ¿O es que —ya que vivía en una especie de circo— sabía bailar o hacer acrobacias? No, tampoco era eso. ¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que se pudiera ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer en las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier otro modo? Nada de eso. Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar. Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única. Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro
con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él. Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo. ¡Así sabía escuchar Momo!
Una vez fueron a verla al anfiteatro dos hombres que se habían peleado a muerte y que ya no se querían hablar, a pesar de ser vecinos. Los demás les habían aconsejado que fueran a ver a Momo, porque no estaba bien que los vecinos vivieran enemistados. Los dos hombres, al principio, se habían negado, pero al final habían accedido a regañadientes. Ahí estaban los dos, en el anfiteatro, mudos y hostiles, cada uno en un lado de las filas de asientos de piedra, mirando sombríos ante sí. Uno era el albañil que había hecho el hogar y el bonito cuadro de flores que había en la «salita» de Momo. Se llamaba Nicola y era un tipo fuerte con un mostacho negro e hirsuto. El otro se llamaba Nino. Era delgado y siempre parecía un poco cansado. Nino era el arrendatario de un pequeño establecimiento al borde de la ciudad, en el que por lo general sólo había unos pocos viejos que en toda la noche no bebían más que un solo vaso de vino y hablaban de sus recuerdos. También Nino y su gorda mujer estaban entre los amigos de Momo y muchas veces le habían traído cosas buenas que comer. Como Momo se dio cuenta de que los dos estaban enfadados, no supo, al principio, con quién sentarse primero. Para no ofender a ninguno, se sentó por fin en el borde de piedra de la escena a la misma distancia de uno y de otro y miraba alternativamente a uno y a otro. Simplemente esperaba a ver qué ocurría. Algunas cosas necesitan su tiempo, y tiempo era lo único que Momo tenía de sobra. Después de que los hombres hubieran estado así un buen rato, Nicola se levantó de repente y dijo: —Yo me voy. He demostrado que tenía buena voluntad al venir aquí. Pero tú ves, Momo, lo obstinado que es él. ¿A qué esperar más? Y, efectivamente, se volvió para irse. —Sí, ¡lárgate! —le gritó Nino—. No hacía ninguna falta que vinieras. Yo no me reconcilio con un criminal. Nicola giró en redondo. Su cara estaba roja de ira. —¿Quién es un criminal? —preguntó en tono amenazador y volvió a su sitio—. ¡Repítelo! —¡Lo repetiré cuantas veces quieras! —gritó Nino—. ¿Tú te crees que porque eres grande y fuerte nadie se atreve a decirte las verdades a la cara? Yo me atrevo, y te las cantaré a ti y a cualquiera que quiera escucharlas. Adelante, ven y mátame, como ya dijiste una vez que harías. —¡Ojalá lo hubiese hecho! —chilló Nicola y apretó los puños—. Ya ves, Momo, cómo miente y calumnia. Sólo lo agarré una vez por el cuello y lo tiré al charco que hay detrás de su covacha. Allí no se ahoga ni una rata —volviéndose de nuevo a Nino, gritó—. Por desgracia vives todavía, como se puede
ver. Durante un rato volaron en una y otra dirección los peores insultos, y Momo no podía entender de qué iba la cosa y por qué estaban tan enfadados los dos. Pero poco a poco fue sabiendo que Nicola sólo había cometido aquella salvajada porque Nino, antes, le había dado una bofetada delante de algunos de sus parroquianos. A eso, por su parte, le había antecedido el intento de Nicola de hacer añicos toda la vajilla de Nino. —¡No es verdad! —se defendió amargamente Nicola—. Sólo tiré a la pared una sola jarra que, además, ya tenía una grieta. —Pero la jarra era mía, ¿sabes? —respondió Nino—. Y, además, no tienes derecho a eso. Nicola pensaba que sí tenía derecho a eso, porque Nino lo había ofendido en su honor de albañil. —¿Sabes lo que dijo de mí? —gritó dirigiéndose a Momo—. Dijo que yo no era capaz de construir una pared derecha, porque estaba borracho día y noche. Que era igual que mi tatarabuelo, que había trabajado en la torre inclinada de Pisa. —Pero, Nicola —contestó Nino—, si eso era una broma. —¡Bonita broma! —protestó Nicola—. No tiene ninguna gracia. Resultó que Nino sólo había devuelto una broma anterior de Nicola. Porque una mañana se había encontrado con que en su puerta habían escrito con grandes letras rojas:
GATOS Y VENTEROS, TODOS RATEROS
Y eso, a su vez, no le había hecho ninguna gracia a Nino. Durante un rato se pelearon, muy en serio, sobre cuál de las dos bromas era peor, y volvieron a encolerizarse. Pero de repente se quedaron cortados. Momo los miraba con grandes ojos, y ninguno de los dos podía explicarse bien, bien, su mirada. ¿Es que, por dentro, se estaba riendo de ellos? ¿O estaba triste? Su cara no se lo decía. Pero a los dos hombres les pareció, de repente, que se veían a sí mismos en un espejo, y comenzaron a sentir vergüenza. —Bien —dijo Nicola—, puede ser que no debiera haber escrito aquello en tu puerta, Nino. No lo hubiera hecho si tú no te hubieras negado a servirme un vaso de vino más. Eso iba contra la ley, ¿sabes? Porque siempre te he pagado y no tenías ninguna razón para tratarme así. —¡Ya lo creo que la tenía! —contestó Nino—. ¿Es que ya no te acuerdas de aquel asunto del san Antonio? ¡Ah, ahora te has puesto blanco! Porque me estafaste con todas las de la ley, y no tengo por qué aguantártelo. —¿Que yo te estafé a ti? —gritó Nicola—. ¡Al revés! Tú querías engañarme a mí, sólo que no lo conseguiste. El asunto era el siguiente: en el pequeño establecimiento de Nino colgaba de la pared una pequeña imagen de san Antonio. Era una foto en color que Nino había recortado una vez de una revista. Un día, Nicola le quiso comprar esa imagen; según decía, porque le gustaba mucho. Regateando hábilmente, Nino había conseguido que Nicola le diera, a cambio, su vieja radio. Nino se creyó muy listo, porque Nicola hacía muy mal negocio. Se pusieron de acuerdo. Pero después resultó que entre la imagen y el marco de cartón había un billete de banco, del que Nino no sabía nada. De repente era él el que hacía un mal negocio, y eso le molestaba. Exigió que Nicola le
devolviera el dinero, porque éste no formaba parte del trato. Nicola se negó, y entonces Nino no le quiso servir nada más. Así había comenzado la pelea. Cuando los dos llegaron al principio del asunto que los había enemistado, callaron un rato. Entonces preguntó Nino: —Dime ahora con toda honradez, Nicola, ¿ya sabías de ese dinero antes del cambio o no? —Claro que sí; si no, no hubiera hecho el cambio. —Entonces estarás de acuerdo en que me has estafado. —¿Por qué? ¿En serio que tú no sabías nada de ese dinero? —No, palabra de honor. —¡Lo ves! Eras tú quien querías estafarme a mí. Porque, ¿cómo podías pedirme mi radio a cambio de un trozo de papel de periódico? —¿Y cómo te enteraste tú de lo del dinero? —Dos noches antes había visto cómo un cliente lo metía allí como ofrenda a san Antonio. Nino se mordió los labios: —¿Era mucho? —Ni más ni menos que lo que valía mi radio —contestó Nicola. —Entonces, toda nuestra pelea —dijo Nino pensativamente— solamente es por el san Antonio que recorté de una revista. Nicola se rascó la cabeza: —En realidad, sí. Si quieres te lo devuelvo, Nino. —¡Qué va! —contestó Nino, con mucha dignidad—. Lo que se da no se quita. Un apretón de manos vale entre caballeros. Y de repente, ambos se echaron a reír. Bajaron los escalones de piedra, se encontraron en medio de la plazoleta central, se abrazaron dándose palmadas en la espalda. Después, ambos abrazaron a Momo y le dijeron: —¡Muchas gracias! Cuando, al cabo de un rato, se fueron, Momo siguió diciéndoles adiós con la mano durante mucho rato. Estaba muy contenta de que sus amigos volvieran a estar de buenas.
Otra vez, un chico le trajo su canario, que no quería cantar. Eso era una tarea mucho más difícil para Momo. Tuvo que estarse escuchándolo toda una semana hasta que por fin volvió a cantar y silbar. Momo escuchaba a todos: a perros y gatos, a grillos y ranas, incluso a la lluvia y al viento en los árboles. Y todos le hablaban en su propia lengua. Algunas noches, cuando ya se habían ido a sus casas todos sus amigos, se quedaba sola en el gran círculo de piedra del viejo teatro sobre el que se alzaba la gran cúpula estrellada del cielo y escuchaba el enorme silencio. Entonces le parecía que estaba en el centro de una gran oreja, que escuchaba el universo de estrellas. Y también que oía una música callada, pero aun así muy impresionante, que le llegaba muy adentro, al alma. En esas noches solía soñar cosas especialmente hermosas. Y quien ahora siga creyendo que el escuchar no tiene nada de especial, que pruebe, a ver si sabe
hacerlo tan bien.

miércoles, 19 de marzo de 2014

MOMO, cuento en el cual se descubre el por qué del nombre de Casiopea



 PRIMERA PARTE: Momo y sus amigos

Una ciudad grande y una niña pequeña

En los viejos, viejos tiempos cuando los hombres hablaban todavía muchas otras lenguas, ya había en los países ciudades grandes y suntuosas. Se alzaban allí los palacios de reyes y emperadores, había en e...llas calles anchas, callejas estrechas y callejuelas intrincadas, magníficos templos con estatuas de oro y mármol dedicadas a los dioses; había mercados multicolores, donde se ofrecían mercaderías de todos los países, y plazas amplias donde la gente se reunía para comentar las novedades y hacer o escuchar discursos. Sobre todo, había allí grandes teatros. Tenían el aspecto de nuestros circos actuales, sólo que estaban hechos totalmente de sillares de piedra. Las filas de asientos para los espectadores estaban escalonadas como en un gran embudo. Vistos desde arriba, algunos de estos edificios eran totalmente redondos, otros más ovalados y algunos hacían un ancho semicírculo. Se les llamaba anfiteatros. Había algunos que eran tan grandes como un campo de fútbol y otros más pequeños, en los que sólo cabían unos cientos de espectadores. Algunos eran muy suntuosos, adornados con columnas y estatuas, y otros eran sencillos, sin decoración. Esos anfiteatros no tenían tejado, todo se hacía al aire libre. Por eso, en los teatros suntuosos se tendían sobre las filas de asientos tapices bordados de oro, para proteger al público del ardor del sol o de un chaparrón repentino. En los teatros más humildes cumplían la misma función cañizos de mimbre o paja. En una palabra: los teatros eran tal como la gente se los podía permitir. Pero todos querían tener uno, porque eran oyentes y mirones apasionados. Y cuando escuchaban los acontecimientos conmovedores o cómicos que se representaban en la escena, les parecía que la vida representada era, de modo misterioso, más real que su vida cotidiana. Y les gustaba contemplar esa otra realidad. Han pasado milenios desde entonces. Las grandes ciudades de aquel tiempo han decaído, los templos y palacios se han derrumbado. El viento y la lluvia, el frío y el calor han limado y excavado las piedras, de los grandes teatros no quedan más que ruinas. En los agrietados muros, las cigarras cantan su monótona canción y es como si la tierra respirara en sueños. Pero algunas de esas viejas y grandes ciudades siguen siendo, en la actualidad, grandes. Claro que la vida en ellas es diferente. La gente va en coche o tranvía, tiene teléfono y electricidad. Pero por aquí o por allí, entre los edificios nuevos, quedan todavía un par de columnas, una puerta, un trozo de muralla o incluso un anfiteatro de aquellos lejanos días. En una de esas ciudades transcurrió la historia de Momo.
Fuera, en el extremo sur de esa gran ciudad, allí donde comienzan los primeros campos, y las chozas y chabolas son cada vez más miserables, quedan, ocultas en un pinar, las ruinas de un pequeño anfiteatro. Ni siquiera en los viejos tiempos fue uno de los suntuosos; ya por aquel entonces era, digamos, un teatro para gente humilde. En nuestros días, es decir, en la época en que se inició la historia de Momo, las
ruinas estaban casi olvidadas. Sólo unos pocos catedráticos de arqueología sabían que existían, pero no se ocupaban de ellas porque ya no había nada que investigar. Tampoco era un monumento que se pudiera comparar con los otros que había en la gran ciudad. De modo que sólo de vez en cuando se perdían por allí unos turistas, saltaban por las filas de asientos, cubiertas de hierbas, hacían ruido, hacían alguna foto y se iban de nuevo. Entonces volvía el silencio al círculo de piedra y las cigarras cantaban la siguiente estrofa de su interminable canción que, por lo demás, no se diferenciaba en nada de las estrofas anteriores. En realidad, sólo las gentes de los alrededores conocía el curioso edificio redondo. Apacentaban en él sus cabras, los niños usaban la plaza redonda para jugar a la pelota y a veces se encontraban ahí, de noche, algunas parejitas. Pero un día corrió la voz entre la gente de que últimamente vivía alguien en las ruinas. Se trataba, al parecer, de una niña. No lo podían decir exactamente, porque iba vestida de un modo muy curioso. Parecía que se llamaba Momo o algo así. El aspecto externo de Momo ciertamente era un tanto desusado y acaso podía asustar algo a la gente que da mucha importancia al aseo y al orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo que ni con la mejor voluntad se podía decir si tenía ocho años sólo o ya tenía doce. Tenía el pelo muy ensortijado, negro, como la pez, y con todo el aspecto de no haberse enfrentado jamás a un peine o unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y también negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi siempre iba descalza. Sólo en invierno llevaba zapatos de vez en cuando, pero solían ser diferentes, descabalados, y además le quedaban demasiado grandes. Eso era porque Momo no poseía nada más que lo que encontraba por ahí o lo que le regalaban. Su falda estaba hecha de muchos remiendos de diferentes colores y le llegaba hasta los tobillos. Encima llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, cuyas mangas se arremangaba alrededor de la muñeca. Momo no quería cortarlas porque recordaba, previsoramente, que todavía tenía que crecer. Y quién sabe si alguna vez volvería a encontrar un chaquetón tan grande, tan práctico y con tantos bolsillos. Debajo del escenario de las ruinas, cubierto de hierba, había unas cámaras medio derruidas, a las que se podía llegar por un agujero en la pared. Allí se había instalado Momo como en su casa. Una tarde llegaron unos cuantos hombres y mujeres de los alrededores que trataron de interrogarla. Momo los miraba asustada, porque temía que la echaran. Pero pronto se dio cuenta de que eran gente amable. Ellos también eran pobres y conocían la vida. —Y bien —dijo uno de los hombres—, parece que te gusta esto. —Sí —contestó Momo. —¿Y quieres quedarte aquí? —Sí, si puedo. —Pero, ¿no te espera nadie? —No. —Quiero decir, ¿no tienes que volver a casa? —Ésta es mi casa. —¿De dónde vienes, pequeña? Momo hizo con la mano un movimiento indefinido, señalando algún lugar cualquiera a lo lejos. —¿Y quiénes son tus padres? —siguió preguntando el hombre. La niña lo miró perpleja, también a los demás, y se encogió un poco de hombros. La gente se miró y
suspiró. —No tengas miedo —siguió el hombre—. No queremos echarte. Queremos ayudarte. Momo asintió muda, no del todo convencida. —Dices que te llamas Momo, ¿no es así? —Sí. —Es un nombre bonito, pero no lo he oído nunca. ¿Quién te ha llamado así? —Yo —dijo Momo. —¿Tú misma te has llamado así? —Sí. —¿Y cuándo naciste? Momo pensó un rato y dijo, por fin: —Por lo que puedo recordar, siempre he existido. —¿Es que no tienes ninguna tía, ningún tío, ninguna abuela, ni familia con quien puedas ir? Momo miró al hombre y calló un rato. Al fin murmuró: —Ésta es mi casa. —Bien, bien —dijo el hombre—. Pero todavía eres una niña. ¿Cuántos años tienes? —Cien —dijo Momo, como dudosa. La gente se rió, pues lo consideraba un chiste. —Bueno, en serio, ¿cuántos años tienes? —Ciento dos —contestó Momo, un poco más dudosa todavía. La gente tardó un poco en darse cuenta de que la niña sólo conocía un par de números que había oído por ahí, pero que no significaban nada, porque nadie le había enseñado a contar. —Escucha —dijo el hombre, después de haber consultado con los demás—. ¿Te parece bien que le digamos a la policía que estás aquí? Entonces te llevarían a un hospicio, donde tendrías comida y una cama y donde podrías aprender a contar y a leer y a escribir y muchas cosas más. ¿Qué te parece, eh? —No —murmuró—. No quiero ir allí. Ya estuve allí una vez. También había otros niños. Había rejas en las ventanas. Había azotes cada día, y muy injustos. Entonces, de noche, escalé la pared y me fui. No quiero volver allí. —Lo entiendo —dijo un hombre viejo, y asintió. Y los demás también lo entendían y asintieron. —Está bien —dijo una mujer—. Pero todavía eres muy pequeña. Alguien ha de cuidar de ti. —Yo —contestó Momo aliviada. —¿Ya sabes hacerlo? —preguntó la mujer. Momo calló un rato y dijo en voz baja: —No necesito mucho. La gente volvió a intercambiar miradas, a suspirar y a asentir. —Sabes, Momo —volvió a tomar la palabra el hombre que había hablado primero—, creemos que quizá podrías quedarte con alguno de nosotros. Es verdad que todos tenemos poco sitio, y la mayor parte ya tenemos un montón de niños que alimentar, pero por eso creemos que uno más no importa. ¿Qué te parece eso, eh? —Gracias —dijo Momo, y sonrió por primera vez—. Muchas gracias. Pero, ¿por qué no me dejáis
vivir aquí? La gente estuvo discutiendo mucho rato, y al final estuvo de acuerdo. Porque aquí, pensaban, Momo podía vivir igual de bien que con cualquiera de ellos, y todos juntos cuidarían de ella, porque de todos modos sería mucho más fácil hacerlo todos juntos que uno solo. Empezaron en seguida, limpiaron y arreglaron la cámara medio derruida en la que vivía Momo todo lo bien que pudieron. Uno de ellos, que era albañil, construyó incluso un pequeño hogar. También encontraron un tubo de chimenea oxidado. Un viejo carpintero construyó con unas cajas una mesa y dos sillas. Por fin, las mujeres trajeron una vieja cama de hierro fuera de uso, con adornos de madera, un colchón que sólo estaba un poco roto y dos mantas. La cueva de piedra debajo del escenario se había convertido en una acogedora habitación. El albañil, que tenía aptitudes artísticas, pintó un bonito cuadro de flores en la pared. Incluso pintó el marco y el clavo del que colgaba el cuadro. Entonces vinieron los niños y los mayores y trajeron la comida que les sobraba, uno un pedacito de queso, el otro un pedazo de pan, el tercero un poco de fruta y así los demás. Y como eran muchos niños, se reunió esa noche en el anfiteatro un nutrido grupo e hicieron una pequeña fiesta en honor de la instalación de Momo. Fue una fiesta muy divertida, como sólo saben celebrarlas la gente modesta. Así comenzó la amistad entre la pequeña Momo y la gente de los alrededores.

YA TENEMOS A CASIOPEA!

CARTA ABIERTA A CASIOPEA.

Bien querida Casiopea:

Hoy te hemos traído a nuestra vida y tu has llegado a la nuestra, tras tanta dificultad por encontrar una combi como tu. El destino es indescifrable pero real. En un principio muchos ni c...onocíamos un motor, ni que cosa era una correa ni donde iba, que quería decir un cilindro, ni donde iban los números de serie, ni para que servían. Sin embargo lo fuimos aprendiendo poco a poco, con las distintas aspirantes a Casiopeas que no pudieron ser. La primera fue una roja, cuyas puertas y carrocería se desarmaban de tanto oxido. Pero nos gusto el precio, nos quedaría suficiente dinero para remodelarla por completo, cambiar motor, llantas, caja de cambios, hojalata etc. A fin de cuentas mucho trabajo para un mecánico de Playa del Carmen, que ademas de arreglarlo pretenden romper alguna otra cosita para que el carro se vuelva adicto al mecánico. Daba miedo, pero nos aventamos a comprarla. Mientras el hombre nos mostraba los papeles, la abogada Betty revisaba que el numero de serie coincidiera con el de la factura y que el numero de motor también coincidiera, pero no, nunca coincidió y nunca coincidirá. El viejo duenio puede seguir llendose a dormir a la combi roja, cuando la mujer lo hecha de la casa.
La siguiente fue una azul, en buen precio también, 15mil pesos, nada, esta tenia la factura original y el numero de serie correcto . Todo encajaba, un poco oxidada de mas, ya habíamos hecho el presupuesto de hojalateria, unos 13 mil pesos mas, era ideal, en nuestra ilusion ya la veiamos tapizada, amoblada y rodando por las rutas de centroamerica, sonriendole a la vida. Quedamos con el senior de que la compraríamos al día siguiente, para ir a hacienda a hacer el cambio de propietario, pero esa misma tarde, un amigo de Willy le comento que en Tulum había una combi en venta en 30 mil y que estaba perfecta y con cama y toda la cosa! Nos dijo donde la vio aparcada y allí nos fuimos de aventura, los cuatro en búsqueda de una combi de la cual no teníamos mas que una dirección y datos como el color, cuatro ruedas y una cama adentro...
No encontramos esa combi, luego nos enteramos que había explotado, sin heridos ni muertos. En Tulum habían miles de combis, íbamos tratando de ver carteles de <se vende> ninguna lo traía, de pronto, sobre la playa, nos cruzamos con una combi blanca, hermosa, y tenia el dichoso cartel!!!!!!!!!! si, como locos dimos vuelta el auto, atravesándonos a todos los coches, pero no importaba, el viaje no había sido en vano, allí íbamos tras la combi blanca, ahí va, ahí doblo a la derecha , síguela!!! Cuando se detuvo, bajamos jadeantes a preguntarle a la duenia de la combi que cuanto costaba la dichosa combi, 49mil , toda amueblada y con agua corriente e internet. Tapizada con las mejores telas de la india y ruedas de alta montania. La queremos, maniana venimos por ella, le dijimos, pero tan pronto vimos los papeles, se nos heló el corazón por una semana, intentando analizar como solucionar el grave problema que era que le faltara la factura original, ni mas , ni menos. Entre tanto problema de hacer las cosas por las buenas pera no tener problemas en el desenlace de nuestro viaje, buscamos mas opciones, otra azul, en Puebla, fantástica, con cama, con cortinas de cuero de camello, con tapizado de alas de murciélago, en 23mil pesos, una ganga, las ruedas nuevecitas, los dientes limpitos, los espejos de tres dimensiones, era la mejor de todas. Hicimos lo imposible, un amigo de Betty la iba a traer hasta aquí, pero antes nos iban a pasar la grabación de el interior de la combi, porque ademas, y esto si es cierto, tenia una pizarra en el techo!! Pero Fernandito tenia sarampión, y las cosas se pusieron difíciles, los tramites fueron mas lentos y descubrimos que la factura original era decadente! la factura de la combi era en realidad de pollos y lacteos y que se yo!

Nos quiso desalentar, pero Betty al fin acudió al medio de comunicación masivo que tenemos hoy en día, donde cada quien se puede enterar de que comió el otro y que a que hora se durmió o fue al banio: el bienquerido facebook. Allí te vimos por primera vez Casiopea nuestra!, verde, como te queríamos, con techito que se levanta para poner una cama arriba y otra abajo, con banio, con cocina, con un motor excelente, verde que te quiero verde! eras tu! tenias que ser tu, entonces supimos que eras de Merida y que hablabas en yucateco, que eras del 82, como Viki, siempre quisimos que la combi tuviera la edad de uno de nosotros, y te llamamos para hablar contigo, pero aun no tenias voz. Hicimos todo el protocolo de pedirle permiso a tu padre, para traerte con nosotros, para que nos acompanies en este, el viaje de nuestras vidas, donde tu nos enseniaras el camino y aprenderemos a escucharte y a cuidarte. En unas horas llegaras a Playa del Carmen, se que Viki , Willi y Betty vienen conduciéndote....estoy ansiosa.

Te queremos Casiopea! y gracias por esperarnos!
Te pido perdón por las faltas de ortografía, pero tengo una compu gringa que no tiene tildes ni enies y el corrector no me permite arreglar todos los errores.

sábado, 8 de marzo de 2014

QUE ES LA SOBERANIA ALIMENTARIA

¿Qué significa soberanía alimentaria?

La soberanía alimentaria es el DERECHO de los pueblos, de sus Países o Uniones de Estados a definir su política agraria y alimentaria, sin dumping frente a países terceros.

La soberanía alimentaria incluye:

- Priorizar la producción agrícola local para alimentar a la
población, el acceso de los/as campesinos/as y de los sin tierra a la tierra, al agua, a las semillas y al crédito. De ahí la necesidad de reformas agrarias, de la lucha contra los OGM (Organismos Genéticamente modificados), para el libre acceso a las semillas, y de mantener el agua en su calidad de bien público que se reparta de una forma sostenible.

- El derecho de los campesinos a producir alimentos y el derecho de los consumidores a poder decidir lo que quieren consumir y, como y quien se lo produce.

- El derecho de los Países a protegerse de las importaciones agrícolas y alimentarias demasiado baratas unos precios agrícolas ligados a los costes de producción: es posible
siempre que los Países o las Uniones tengan el derecho de gravar con impuestos las importaciones demasiado baratas, que se comprometan a favor de una producción campesina sostenible y que controlen la producción en el mercado interior para evitar unos excedentes estructurales.

- La participación de los pueblos en la definición de política agraria. El reconocimiento de los derechos de las campesinas que desempeñan un papel esencial en la producción agrícola y en la alimentación.
¿De dónde procede el concepto de soberanía alimentaria?
El concepto de soberanía alimentaria fue desarrollado por Vía
Campesina y llevado al debate público con ocasión de la Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996, y ofrece una alternativa a las políticas neoliberales. Desde entonces, dicho concepto se ha convertido en un tema mayor del debate agrario internacional, inclusive en el seno de  las instancias de las Naciones Unidas. Fue el tema principal del foro ONG paralelo a la cumbre mundial de la alimentación de la FAO de junio del 2002.
 -La Vía Campesina: movimiento Campesino Internaciownawlw.viacampesina.org Generated: 22 January, 2006, 16:30. Las políticas neoliberales destruyen la soberanía alimentaria. Las políticas neoliberales priorizan el comercio internacional, y no la alimentación de los pueblos. No han contribuido en absoluto en la erradicación del hambre en el mundo. Al contrario, han incrementado la
dependencia de los pueblos de las importaciones agrícolas, y han reforzado la industrialización de la agricultura, peligrando así el patrimonio genético, cultural y medioambiental del planeta, así como  nuestra salud. Han empujado a centenas de millones de campesinos(as) a
abandonar sus prácticas agrícolas tradicionales, al éxodo rural o a la emigración. Instituciones internacionales como el FMI (Fondo Monetario Internacional), el Banco Mundial y la OMC (Organización Mundial del Comercio) han aplicado estas políticas dictadas por los intereses de las empresas transnacionales y de las grandes potencias. Unos acuerdos
internacionales (OMC), regionales (Acuerdo de Libre Comercio para las Américas-ALCA) o bilaterales de "libre “cambio de productos agrícolas permiten a dichas empresas controlar el mercado globalizado de la alimentación. La OMC es una institución totalmente inadecuada para tratar los temas relativos a la alimentación y a la agricultura por lo tanto Vía Campesina quiere la OMC fuera la agricultura La plaga de las importaciones a bajos precios : el dumping destruye la
producción alimentaria En el mundo entero, importaciones agrícolas a precios bajos destruyen la economía agrícola local; es el caso de la leche europea importada a la India, del cerdo norteamericano al Caribe, de la carne y de los cereales de la UE a África, de piensos animales a
Europa, etc. Estos productos se exportan a pecios bajos gracias a prácticas de dumping. A petición de los Estados Unidos y de la Unión Europea, la OMC ratificó una nueva práctica de dumping que sustituye las ayudas a la exportación por una fuerte baja de sus precios agrícolas, combinada con unos pagos directos abonados por el Estado.

Para conseguir la soberanía alimentaria, es imprescindible parar el dumping. La soberanía alimentaria incluye un comercio internacional justo La Soberanía Alimentaria no está en contra de los intercambios, sino de la prioridad dada a las exportaciones: permite garantizar a los pueblos la seguridad alimentaria, a la vez que intercambian con otras regiones unas producciones específicas que constituyen la diversidad de nuestro planeta. Hace falta, bajo la égide de las Naciones Unidas, dotar estos intercambios de un nuevo marco que:
- priorice la producción local, regional frente a la exportación,

- autorice a los Países/Uniones a protegerse contra las importaciones a precios demasiado bajos,

- permita unas ayudas públicas a los campesinos,

Siempre que no sirvan directa o indirectamente a exportar a precios bajos,

- garantice la estabilidad de los precios agrícolas a
escala internacional mediante unos acuerdos internacionales de control de la producción.

El acceso a los mercados internacionales no es una solución para los campesinos El problema de los campesinos es antes que nada la falta de acceso a sus propios mercados locales por unos precios demasiado bajos para sus productos y el dumping a través de importación que deben enfrentar. El acceso a los mercados internacionales afecta sólo el 10%
de la producción mundial; está controlada por unas empresas
http://viacampesina.org/sp - La Vía Campesina: Movimiento Campesino Internaciownawlw.viacampesina.org Generated: 22 January, 2006, 16:30 transnacionales y por los más grandes empresas agro-industriales. El ejemplo de los productos tropicales (café, plátanos) lo ilustra claramente: benefician un acceso casi libre a los países del Norte y a pesar de eso los campesinos/as del Sur no pueden mejorar su situación.
Las políticas agrícolas deben apoyar una agricultura campesina sostenible en el Norte y en el Sur Para poner en marcha la soberanía alimentaria, países del Norte y del Sur deben poder apoyar a su agricultura para garantizar el derecho a la alimentación de sus populaciones, preservar el medio ambiente, desarrollar una agricultura sostenible y protegerse contra el dumping. Deben también ser capaces apoyar su agricultura para cumplir otros intereses públicos que pueden ser diferentes en función de los países y sus tradiciones culturales.

Pero en la actualidad, los Estados Unidos y la Unión Europea en particular abusan ayudas públicas para reducir sus precios en los mercados internos y para practicar el dumping con sus excedentes en los mercados internacionales, destruyendo la agricultura campesina tanto en el Norte como el Sur.
Son imprescindibles unas alianzas Desde varios años Vía Campesina ha desempeñado un papel motor en el desarrollo de redes internacionales que agrupan movimientos sociales, medioambientales, ONGs de desarrollo, consumidores,... De Seattle a Génova y a Porto Alegre, estas redes
amplían propuestas y estrategias fundamentales para que cesen las políticas neoliberales y para desarrollar unas políticas solidarias.
¿Qué debemos hacer en concreto?
Entrar en contacto con las organizaciones miembros de Vía Campesina para apoyar iniciativas y acciones locales, nacionales como la ocupación de tierras, iniciativas de producción campesina sostenible, la defensa de las semillas locales, acciones contra los OGMs y el dumping, etc... También es importante llevar este debate a vuestras organizaciones, gobiernos y parlamentos. A escala internacional podéis participar en el día mundial de la lucha campesina el 17 de abril.

extraído de la página:  http://www.hegoa.ehu.es/congreso/bilbo/doku/bat/soberania_alimentaria.pdf

Quienes somos?

Nuestro Norte es el Sur es un colectivo viajero que partirá desde Playa del Carmen (México) hacia el Sur, pretendiendo abarcar la mayor parte de la geografía latinoamericana y dejando una huellita en cada sitio.
Evadiendo la soberbia Anglosajona de imponer que el norte esté por encima del sur, cuando los puntos cardinales se sitúan en la horizontalidad. Nosotros iremos volteando mapas -como nos enseñó Torres García- y nuestra brújula indicará el Sur.

Los cuatro pasajeros de Casiopea - la combi, cuyo nombre rinde homenaje a la tortuga del cuento "Momo" de Michael Ende- irán tejiendo una enrredadera de caminos, lentamente, como nos ha enseñado la fábula de la Liebre y la Tortuga.

Casiopea es aquella tortuga que ayuda a Momo a luchar contra los hombres Grises, aquellos sinvergüenzas que llegan a un pueblito a convencer a todos de que vale la pena hacer las cosas con mayor rapidez, es decir sin detenerse en regalar una flor,  platicar con los vecinos, jugar con los niños y todas esas cosas que para nosotros hacen el mundo maravilloso. Los Hombres Grises, finalmente, convencen a la gente del pueblo de guardar el tiempo ahorrado en el Banco del Tiempo, prometiendo que lo tendrán a su disposición cuando deseen disfrutar de él.

En este viaje nos proponemos acompañar a Casiopea en  su tarea de combatir la filosofía de los Hombres grises, negando el ahorro del tiempo y proponiendo el disfrute de cada segundo.


El colectivo se formó tras la fusión de cuatro proyectos que cada uno realiza por su cuenta, Beti, una fotógrafa aficionada, se encargará de recolectar imágenes y captar instántes de ésta ruta tan aventurada, Viki tiene su pequeña fabrica de alfajores "Amerindia", Willy lleva adelante "la Cocina de Willy", y Clarita con la compañía callejera itinerante de "Punchilleros Títeres".
La fusión del  heterogéneo grupo dio a luz muchas ideas para el viaje, primeramente la de viajar haciendo funciones de títeres y acrobacia área,  cocinando diferentes platillos tipicos y dulces de la region y recogiendo las recetas de los lugares que vayamos conociendo para compartirlas en cada nuevo sitio.  Con ayuda de la venta de titeres fabricados con materiales reciclados y de bajo costo,  fotografías, postres y  comidas caseras,  iremos costeando parte del nuestro viaje.

Los unos a  los otros nos iríamos intercambiando los puestos, de titiritero a músico, de artesano a cocinero, de cuentacuentos a fotógrafo, de pasajero a conductor (¡aunque algunos no sabemos manejar todavia!).

Se integró también la idea de ir recorriendo escuelas humildes y comunidades como un plan de intercambio cultural, aprendiendo de sus costumbres, tradiciones, historia, leyendas y dando a cambio talleres donde se integren la cocina, los títeres, la literatura y la naturaleza, aplicados siempre a la realidad que ellos viven. Es decir que si hacemos una obra de títeres inspirada en obras clásicas, como Caperucita Roja, adaptaremos conjuntamente la obra para que la gente se pueda identificar con lo que ocurre en el cuento. Dentro de la integración de los diferentes talleres podemos poner como ejemplo que, si Caperucita lleva a casa de la abuela unos panecillos, entonces los elaboraríamos en el taller de cocina, y a la vez trabajaríamos puntos básicos de las matemáticas, para calcular bien las proporciones de las recetas. También podemos intercambiar al lobo por otro animal que halla en la región, y agregarle a la historia características de la zona, como la ropa, música, comida o alguna planta característica.

Trataremos de recoger donaciones de buenos libros en las ciudades, para regalarlos luego en aquellos lugares donde no accedan a ellos, como pueblos olvidados en la inmensidad de las sierras.
En el taller literario escribiremos cuentos con los niños, lo que la imaginación les narre lo pondremos por escrito y con ilustraciones, haremos un pequeño libro que se llevara al próximo pueblo y se regalará a un niño que escribirá otro cuento, para que lo llevemos al próximo pueblo y así sucesivamente.

A través de los talleres de naturaleza y permacultura trataremos de reivindicar e informar acerca de la soberania alimentaria de cada lugar. Como por ejemplo, crear conciencia a los pobladores de que tienen derechos de decision sobre el destino de lo que se produce en sus tierras y de lo importante que es defender sus prioridades alementicias ante las de quienes solo quieren sacar probecho injusto y mal pagado de los recursos de los campesinos. Lo haremos a través de juegos y la creación de huertos, informandonos de lo que se siembra en cada estación y en cada zona.

Queremos conocer nuestra geografía, que la gente nos la narre, nos la enseñe, nos la cante y nos la cocine!
Así se irá dibujando nuestra enredada ruta, una ruta increíble que compartiremos con ustedes a través de este blog.