jueves, 16 de julio de 2015

Cuento surgido en Xalapa

Para Moni
“El conejo anda de noche,
anda en busca de fortuna,
con la tinta del derroche
logró pintarse en la luna”

Versos de “El conejo”-Son Jarocho
En la luna de México vive un conejo, se lo puede ver con sus orejas levantadas observándonos a lo lejos en las noches de luna llena. Varias leyendas mexicanas narran cómo fue que dicho conejo terminó allá arriba.. Uno, iluso, desconfiando de la tradición oral se cuestiona cómo aquellas fantasías o respuestas inventadas a excentricidades de la naturaleza, pueden repetirse en lugares tan distantes e incomunicados. La imaginación colectiva, la creatividad de los pueblos han llevado a inventar ciertas teorías de ficción sobre sucesos inexplicables. Esto es lo que yo pensaba acerca de el conejo de la luna, hasta que un día mi amiga Moni se encontró con un conejo alvino a las tres de la mañana en un sitio totalmente inesperado.
El conejo había estado dando vueltas por toda la ciudad de Xalapa, esperando que alguien lo encontrara para transmitir el legado tan importante por el cual había sido enviado. La luna, por supuesto, debía estar llena aquella noche. Los transeúntes que lo vieron lo ignoraron completamente, alguno que otro lo señaló y le indicó a sus amigos de su presencia, pero de inmediato los demás lo tildaron de loco y continuaron con sus ocupaciones nocturnas. Al conejo le llamó la atención que nadie se interesase por él, en su labor anterior hacía más de cien años había estado en Inglaterra y hasta había conseguido que se editara un libro acerca de los aprendizajes que aquella niña había descubierto al perseguirlo.
Tras horas de caminar sin rumbo por la ciudad en la noche, llegó a la conclusión de que quizás la mente humana borre y descarte aquellas cosas que no pueda explicar racionalmente, es quizás por su preferencia estimulante del hemisferio cerebral izquierdo. El conejo se detuvo y miró a su luna, pensó que quizás sus cien años de espera para realizar la siguiente misión, habían sido en vano. Desde la sociedad victoriana a la modernidad tecnológica había una gran diferencia. Los padres a veces amarraban a los niños con las mismas correas que a los perros y cuando los niños se detenían a observar a algún animalito fuera de lo común, los padres jalaban de la cadena sin mirar siquiera qué ocurría. Por ello nadie lo seguiría aquella noche, pensó, y por consiguiente no tendría a quién compartir su revelación. En medio de sus deducciones el conejo escuchó una voz alerta.
-Oye, ¿que haces ahí?¿vienes conmigo?- le preguntó Moni, como si se le hiciera natural eso de andar encontrando animales extraviados en el ambiente noctámbulo.
El conejo la comenzó a seguir, viendo cambiados los roles anteriores que se habían dado hacía un siglo allá por el Támesis. Un tanto espantado se preguntó qué le podría suceder si en lugar de ser perseguido, perseguía. La chica siguió a su paso, permitiendole al conejo tomar el rumbo que quisiera, pero el conejo sorprendido por aquella pregunta -¿vienes conmigo?- decidió llegar hasta donde lo guiara ella. Mónica tomó la llave de su casa y abrió la puerta. -Mucho más sencillo que encogerse y agrandarse tomando brebajes extraños para conseguir una llave- pensó el viejo conejo.
Luego abrió otra reja y descendió con calma unas escaleras – Mucho más sencillo que caer en un pozo sin fin – pensó el conejo – tal vez tomé una mala decisión al seguirla, quizás me quiera guisar- concluyó al ver otros dos conejos que en el jardín se correteaban. Dudoso comenzó a inspeccionar el jardín, la chica se había tumbado en su cama y se oían a través de la puerta sus ronquidos.
-Debo huir o sino mañana acabaré en la sopa- el conejo busco hoyos por donde escapar pero solo consiguió la risa de los demás conejos que le decían que jamás podría escapar de esa cárcel de humanos, que día a día los ponían más gordos para luego almorzarlos. Le enseñaron la supuesta olla donde ya habían guisado a otros de sus compañeros, le comentaron que a los conejos alvinos los preparaban al vino tinto. El conejo miró una vez más a su luna sin conejo y le rogó ayuda. El pobre lunático nunca supo que los conejos gordos solamente estaban celosos de que él les usurpara la atención que ellos recibían allí, mimos, alimento, cariño, y que por ello le inventaban aquellas atrocidades.
El conejo alvino estuvo unos días allí, siendo el centro de atención de los niños que lo cargaban y lo alimentaban.
-Estoy engordando mucho pensó, no quiero que me preparen en guisado, debo ver cómo regresar a mi luna antes de que crezca demasiado y no entre en ella y además debo regresar antes de la luna nueva- reflexionaba el conejo elaborando un plan de escape.
Noches después mientras Mónica estaba muy entusiasmada colocando carteles por toda la ciudad con la fotografía del conejo perdido, el lunático hizo de las suyas. En el tronco de aquel aguacate encontró el mismo hoyo por el cuál se lanzó con Alicia. Miró la luna que ya estaba por la mitad. Se preocupó, debía contabilizar el tiempo, se metió en la tienda de campaña de Mónica para observar la hora del celular, a falta de reloj de bolsillo. Aquella noche se la pasó corriendo al rededor del aguacate para adelgazar algunos quilos y así poder caber de regreso en su luna. Tenía el tiempo contado. La mañana siguiente el lugar se llenó de gente que venían a preparar guisados, el alvino aprovechó la distracción de las personas y se lanzó por el túnel del hueco del aguacate. Tardaría doce horas en caer atravesando la tierra y el espacio hasta estamparse nuevamente sobre la luna.
Pocos fueron los que comprendieron la desaparición del conejo blanco, solo Morelia, una perra que le gustaba aullar a la luna notó la ausencia del conejo durante sus días terrestres.
Quizás el conejo tenia razón, la mente humana ignora aquello que su raciocinio le impide comprender.
clara

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