viernes, 10 de octubre de 2014

Mèrida aùn. Face: casiopea nuestronorteselsur

PRIMER ENCUENTRO DE CASIOPEA CON LAS TORTUGAS MARINAS
Desde Valladolid tomamos rumbo a El Cuyo (Yucatán) , un pueblo de pescadores donde nuestra amiga Marlene, la de la cabeza con tirabuzones, trabaja patrullando la playa por las noches para marcar los nidos de las tortugas marinas.
La combi se balanceaba de un lado a otro mientras intentabamos atravesar la carretera que de un lado tenía el mar y del otro una laguna llena de flamencos. En la mitad del recorrido ventoso, el techo elevable de la combi se levantó y como locos lo intentamos cerrar para que no nos diera un viaje volador por encima del mar, aunque hubiEse sido divertido, pero aún no estamos tan desectructurados como para permitirnos una aventura como tal. Casiopea quiso detenerse a observar a los flamencos, esos animales de patas coloradas le llamaban la atención, ¿qué les pasaba a sus piernas? ¿Por qué se detenían a veces en una pierna sola? . Despúes un flamenco nos contó el por qué, más adelante les revelaremos el secreto.
Llegando al pueblito vimos a la bióloga Marlene que nos venía a dar un abrazo de bienvenida. Con ella venían Jina y Alicia, las tres mosqueteras nos hicieron pasar cuatro dias inolvidables. Cada noche, a eso de las diez, salían en el cuatrimoto a recorrer 28 quilómentros por la costa. Donde veían una huella de tortuga, se detenían e iban a checar si la tortuga estaba deshovando. Si se veían dos huellas juntas era porque la tortuga ya había puesto sus huevos, y tambien se veía a veces la huella de que la tortuga se había regresado sin poner sus huevos. En los casos en los que aún se veía a la tortuga, se le tomaban las medidas de su caparazón, se identificaba su especie, se colocaba un chip con un número para poder seguirlas de alguna manera y así poder conocer más de sus rutas y su supervivencia. Si el nido había sido puesto en un sitio inseguro por las mareas, había que moverlo con mucho cuidado, huevo por huevo, a otro pozo. Cuando la tortuga ya no estaba, se identificaba la especie por la huella que dejaban. A nosotros nos tocó ver la especie Carey, deshovando, tapando su nido o partiendo hacia el mar. La ternura que transmiten estos animales y ese tiempo en el que te envuelven, un tiempo despacio, de movimientos suaves, de caminata tranquila, hace pensar en la estupidez de correr para todos lados. Las sabias portadoras del caparazón deshovan en la playa donde nacieron, es decir que las tortuguitas que nacerán de aquellos nidos que vimos, luego de atravesar con la valentía necesaria el infinito trayecto que significa para ellas la distancia entre el nido y el mar, y a pesar de tantos obstáculos que deben resistir y por los que muchas no llegan al mar, las que lo hacen, las pocas que logran barrenar las olas, graban en si mismas aquel camino donde volverán a poner sus nidos veinte años despúes.
Algún susto nos pegamos con unas huellas de cocodrilos, con unos brillos extraños en los médanos, o con una tortuga muerta, pero el cielo nos estaba viendo, la luna esuvo redonda y alguna luciérnaga también ayudaba con la luz en los pastizales.
Una mañana fuimos con La araña flacucha a la escuela preescolar del pueblo, a la salida hicimos la función de títeres, los niños estaban contentos, los padres también. Nos contaron que en la escuelita se sigue enseñando la lengua maya, tan importante para mantener el legado de sus ancestros.
A la mañana siguiente la visita de la Araña flacucha fue para la escuela primaria, donde acudían 200 niños. Hicimos la obra para todos y a continuación un taller donde cada uno fabricó su titere con botella de pet, tetra pack y tela. La consigna era que lo pintarían en la casa.
Al día siguiente no había clases, entonces los invitamos a una actividad en la plaza principal. Nos encantó saber que muchos de ellos ya habían pintado su títere en casa. Hicimos algunos juegos y la obra del limpiabotas. Viki les contó el cuento que el flamenco nos había dicho, de porqué tienen las patas coloradas. Después supimos que Horacio Quiroga ya había hablado con los flamingos del Cuyo y le habían contado la miSma historia que luego escribió en un cuento que se llama “Las medias de los flamencos”. Hicimos un juego de cuentacuentos con las tarjetas de la lotería mexicana, cada niño tenía una tarjeta y con la imagen debían continuar la historia que se iba creando con los diferentes personajes de la lotería. Al contarlo debían hacer las voces que le hubieran inventado a su tarjeta.
Al día siguiente, Casiopea no se quería ir, estaba angustiada y tapó la manguerita de gasolina, la muy mañosa no quería arrancar, le gustaron las tortugas, se encariñó.... cosas que pasan.
El señor José Angel, que había estado participando en las actividades el día anterior, justo pasó en su bicicleta y nos gritó que de inmediato vendría a ayudarnos. Sabía bastante de bochos, así que conocía las entrañas de Casiopea. Detectamos, gracias a sus indicaciones, dónde estaba tapada la manguera, Betty que está flaquita, aunque bien alimentada, cabía debajo de la combi, se metió y cortó lo que tenía que cortar y se remojó engasolina que hasta el día de hoy apesta, como los muchachos que sacan fuego por la boca. Con la ayuda de todos pudimos hacer que la Casiopea comprenda que va a tener muchas despedidas en el camino y que no puede hacer berrinche en cada pueblo que debemos dejar atrás.
Partimos para Mérida donde César nos esperaba con un borrego, o cordero, para asar, en una cruz en su gran patio con alberca. Aquello me recordó a la película el Cuervo, en el medio del desierto aquella crucificción.

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