viernes, 10 de octubre de 2014

Mèrida, mayo 2014

un cuento que surgiió en Mérida: Don Ramiro trabajaba en el Mercado de Mérida fabricando sandalias de cuero y suela de llanta. Allí puede pasarse horas cortando el cuero, cosiéndolo y dándole forma a las suelas. Es redondo y tiene la mirada noble de un niño. Su pequeño puesto en el mercado no abarca más de un metro cuadrado, es su guarida desde hace veinte años cuando se decidió a ser zapatero.
Trabajó mucho tiempo de camionero recorriendo muchos sitios de la geografía Mexicana hasta que las responsabilidades de la vida lo obligaron a quedarse quieto en la ciudad, a cuidar a su mamá y su hermana. Como le gustaba tanto viajar, el quedarse quieto lo angustiaba mucho, así que se encontró una chamba de mecánico en las afueras de la ciudad, donde podía estar en contacto con gente que llegaba de otros lugares y le podían contar sus aventuras.
El día antes del cumpleaños de su sobrina, decidió que le fabricaría un columpio con una llanta vieja. Al regresar a su casa con la rueda cargada al hombro, sintió un llanto desconsolado. Miró para todas las direcciones y no vio a nadie. Prosiguió tranquilo su marcha cuando lo volvió a escuchar, el llanto proferido lo emitía la rueda. El hombre extrañado la miró fijamente y esperó un rato, para desengañarse de lo que había creído escuchar.
-Debo estar muy cansado, he trabajado toda la noche- pensó Ramiro – Mejor será que llegue rápido a descansar.
Don Ramiro apuró el paso, preocupado.
-Es que no quiero ser un columpio! – bramó la rueda- Yo quiero seguir recorriendo el mundo, pisando suelos diferentes en el mundo! Me gustan los niños pero me marea estar en un va y ven continuo en un mismo lugar, me voy a morir de tristeza si me ocurre.
El hombre estaba paralizado, la escuchó cantar su pena y quedó pensativo ante el extraño acontecimiento. La rueda se sentía igual que él cuando tuvo que dejar de trabajar como camionero. Después de meditarlo un rato se le ocurrió la solución.
-Lo único que se me ocurre en este momento y que te ayudará a seguir viajando, es que te convierta en zapatos y en sandalias. ¿Qué te parece? – le preguntó entusiasmado.
La rueda quedó encantada, hasta se puso a rodar por alrededor de don Ramiro.
-Pero ahora tenemos prisa, debemos ir a buscar algo de cuero al mercado, los primeros huaraches que haré serán para mi sobrino! Le van a venir muy bien!
Entonces Don Ramiro se hizo pequeño y se metió dentro de la rueda que se fue girando rápidamente hasta el mercado.
Al día siguiente los huaraches gustaron mucho al pequeño sobrino y ya se puso a fabricar con la rueda más y más zapatos hasta que no quedó ya nada de la vieja llanta. Lo único que don Ramiro pidió a cambio a la rueda, fue que siempre trajera a los pies de regreso a Mérida, para que ella le narrara todas las aventuras que, las diferentes suelas de sus zapatos, irían viviendo

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