viernes, 1 de enero de 2016

ixtepec y arriaga, chiapas, mexico

Este cuento surgió en el Festival de la Bestia, donde tuvimos oportunidad de compartir con los migrantes unos días




Ixtepec, Arriaga, 10/15

Para Dayana, Angelito y Denis que me contó que en la luna vive un pescador,

y para todos los niños que nacen migratorios:





Tony era un niño muy pequeñito, fino como un palillo, moreno como el café y dulce como una guayaba. Nació en un lugar de Honduras donde a los hombres les gustaba mucho hacer percusión con cualquier cosa que sacara sonido y a las mujeres les gustaba bailar en cualquier lugar donde los sonidos de la percusión las atraparan para mover sus caderas.

Antes de hablar Tony aprendió a reír y tanto fue así que la risa de este niño rebotaba en las paredes y golpeaba a la gente contagiándoles aquel bonito vicio.

La casa donde él vivía con sus papás era más pequeña que Tony, pero de alguna manera cabían los tres y la pequeña Caterina que estaba metida dentro del vientre de la mamá y no ocupaba demasiado espacio.

Un día el papá de Tony trajo una televisión a la casa y la tuvieron que meter a empujones para que entrara en la sala, entonces se dormían los tres más apretados, pero no importaba porque podían pasarse horas viendo aquellos mundos increíbles que la televisión les mostraba.

Fue ahí, en la televisión que el niño descubrió que en la Luna de los Estados Unidos de América había un pescador llamado Dreamworks y decidió que quería conocerlo.

Tony aprovechó una noche en que sus papás estaban como hipnotizados con el televisor, para escabullirse por la ventana y comenzar sus aventuras. Esa misma noche, como quedó más espacio en la casa, Caterina pudo salir de dentro de su mamá y ya no hubo sitio para el pequeño cuando éste quiso regresar por su cepillo de dientes.

El niño tomó rumbo al Norte, no debía ser muy lejos ese lugar que aparecía en pantalla, lo difícil sería subir a la Luna para pescar con aquel tranquilo muchacho.


En un principio se le hizo fácil porque al ser chiquito pasaba inadvertido y podía treparse, sin ser visto, a los camiones que transportaban ganado. Además, como sabía platicar con los animales, le pedía a las vacas que le llenaran sus pomos con leche y así siempre estaba bien alimentado. Caminaba mucho, dormía sobre los árboles y comía lo que se encontrara. A veces pasaba mucha sed, porque el sol por aquellos lados es muy fuerte y a uno se le sale toda el agua por la transpiración de la piel.

Cierto día una golondrina, Marina, se puso a platicar con Tony. Le contó que ella ya estaba aburrida de migrar siempre volando y viendo todo desde arriba, le confesó que había decidido conocer como migraban los hombres como él, es decir, caminando. El niño le preguntó entusiasmado por un bonito anillo que ella llevaba en su pata y Marina muy orgullosa le contó que se lo habían colocado unas personas que se dedicaban a cuidarlas y a seguirles el rastro en su ruta migratoria. La sonrisa del pequeño se desdibujó – A mi nadie me cuida, ni nadie me sigue el rastro- pensó triste. Pero Marina de inmediato se dio cuenta y con carrizo y semillas le hizo un anillo que le colocó a Tony en su dedo índice. Así fue como Tony se convirtió en un “Niño Migratorio” y se hizo esta nueva amiga con la que caminaron muchos kilómetros, hasta que ella decidió continuar volando. Decía que para ella era muy dura la ruta de los hombres migratorios. Se despidieron con mucha angustia, ella le prometió que siempre le seguiría el rastro y le encargaría a sus compañeras que lo cuidaran y la mantuvieran informada de su camino.



Después de andar un rato largo solo, como no sabía bien que caminos seguir, le preguntó a otros caminantes. Al verlo tan diminuto los hombres le decían que era peligroso que fuera solo para allá y le indicaron un lugar donde podía encontrar más gente que iba con la misma dirección. Siguiendo el consejo, Tony se acercó a un grupo grande de gente que se iba para el norte y estuvo hablando un rato con el viejo Juan, un señor que ya había ido cuatro veces “al otro lado” (así también le decían al Norte). El niño le preguntó intrigado, si alguna vez conoció al pescador Dreamworks, el de la Luna, el del televisor... el anciano no lo había conocido, porque siempre había mucha gente haciendo fila para verlo, entonces le propuso al niño de seguir juntos y adelantarse para ser de los primeros en la lista de espera del muchacho.

Tony y el viejo Juan viajaron juntos un buen rato. Una vez tuvieron que cruzar un río, entonces el viejo amarró una larga soga con un extremo a una orilla del río y el otro en una rama del otro lado y cruzaron agarrándose bien fuerte. Se mojaron mucho y se secaron en una fogata donde el viejo Juan le contó de algunas leyendas que existían sobre el Norte.

El pequeñito escuchaba atento mientras secaba sus calcetines en la fogata, a través de los agujeros que ya tenían sus zapatos por tanto caminar.

“Cuentan y dicen que para llegar al Norte y conocer al pescador de la Luna, hay que pasar varias pruebas muy difíciles. Dicen que la única manera de cruzar el gran territorio que nos separa del “otro lado”, es montando a “La Bestia”, una oruga gigante, muy larga y rápida que hace ese recorrido muchas veces, buscando comida y transportando mercancía para la zona en guerra. Pero la zona en guerra es muy peligrosa, allí la gente se alimenta de balas y pólvora cruda. No les importa nada más, por eso la bestia va a llevarles su comida, a cambio de que la protejan de todos aquellos que la quieren matar porque da mucho miedo. Finalmente si se logra llegar hasta el territorio de los Devora Balas, se debe trepar un muro gigante, tan grande, pero tan grande, que mucha gente se regresa y es capturada por los Devora Balas.”



Tony escuchaba asombrado imaginando la aventura en la que se había metido. Después de varios cuentos el niño se quedó dormido mientras el viejo cuidaba al fuego. Al día siguiente nació Papalote. El viejo tomó una caña ya seca y con su machete talló algunas varillas finas que amarró en forma de rombo y finalmente pegó con cinta unas bolsas de plástico de colores, le amarraron un hilo bien largo de un lado y también le pusieron la cola, con moños de la tela de una camisa que ya tenía muchos agujeros. Esa tarde se encontrarían con La Bestia y el viejo ya no se subiría, temía no aguantar como antes, su cuerpo sin fuerzas y deteriorado no podría afrontar más tantos desafíos. Tony tendría que ir sólo con Papalote y despedirse de aquel gran amigo al que nunca olvidaría.



Tony y Papalote se toparon cara a cara con La Bestia, no la habían imaginado tan grande, tan alta, tan fabulosa... las personas que llegaron antes que ellos los ayudaron a subir. Se agarraron bien fuerte a los pelos del animal y cuando empezó a correr la oruga, Papalote se dejó ir bien alto, amarrado a un dedo de Tony para cuando él lo necesitara. Se hicieron muy amigos: cuando llovía Papalote lo cubría, y si hacía mucho sol que curtía la piel, Papalote le brindaba sombra. Ambos reían mucho y sus risas retumbaban en la distancia. Un día de esos en los que hasta al cielo le da por llorar, Tony le confesó a Papalote que le daba miedo llegar al territorio de los Devora Balas y que no sabía cómo iba a subir aquel muro tan alto del que el viejo Juan le habló. Entonces los dos comenzaron a crear una estrategia para pasar al “otro lado”.

Todo sucedería en la noche, debían agudizar su vista en la oscuridad para no llevarse las cosas por delante, ni hacer ruido. Tony correría con el hilo de Papalote, los vientos los favorecerían, y la cometa se elevaría por los cielos hasta que el pequeño también lo hiciera, sujetado fuerte a su hilo. Entonces llegarían al otro lado y buscarían al muchacho pescador y lanzarían una escalera hasta él y cumpliría n aquel sueño.

La noche tan esperada llegó, ambos estaban muy nerviosos, el viento era perfecto, la visibilidad era mala, llovía. Los traga balas andaban inquietos iluminando el muro. A la cuenta de tres Tony comenzó a correr y Papalote se elevó alto, hasta que se le olvidó el miedo. Entonces por primera vez en su vida, el pequeño Tony comenzó a volar amarrado del hilo de su amigo. Fue tanta su felicidad que comenzaron a reír y su risa a retumbar... y los traga balas los comenzaron a iluminar con focos muy potentes. Papalote hacía lo posible por esconder al niño y fue así como el nylon de Papalote fue atravesado por una bala, pero ya habían cruzado al otro lado. Mientras caían se abrazaban y Tony lloraba mucho mientras Papalote se despedía.



Sin embargo, en un momento la caída se detuvo y comenzaron a subir, lentamente. Tony sintió que algo lo detenía desde su cinturón: era un anzuelo, un gancho gigante de un pescador. El niño siguió con la vista aquel hilo de pescar y divisó en lo alto al muchacho que tanto quería conocer. Papalote y él estarían bien en la Luna. Marina debía saberlo, sino se preocuparía demasiado, entonces Tony escribió un mensaje en un papel, lo amarró a su anillo y lo lanzó al aire...

“Querida Marina: quería decirte que no tienes que preocuparte más por mi, ya llegué con Dreamwork, me quedaré aquí pescando en la Luna.



Tu amigo Tony ”


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