viernes, 1 de enero de 2016

textos y fotos atrasados






MICHOACÁN



N idos que son notas marcan

pentagramas del camino

sólo cables unen pueblos

en este incierto destino



notas que caen en tormentas

son pájaros que nacían

ya sus alas no crecieron

siempre desaparecían



en el margen de la ruta

se escribe con tinta roja

ya no le caben más letras

a este cuaderno sin hojas



la muerte de un niño pobre

suena en un corrido viejo

en este lago está lejos

nadie vive que la cobre



no hay cupo en el inframundo

por tanta muerte inocente

entre fútbol y novelas

nos hipnotizan y mienten



Quería tomar las hojas de los árboles, había un montón de árboles diferentes. Tan sólo en Oaxaca habían muchísimos. Aquellas hojas las metería en un libro de hojas blancas de papel, las hojas con las hojas. Apuntaría exactamente que clase de árbol es , porque quería recordar cada nombre y cada fisionomía de los árboles de Latinoamérica. Comenzando por la Ceiba, el árbol sagrado de los mayas, que se cambia el nombre en Oaxaca y se llama Pochote, y usan su algodoncito para fabricar papel. Dicen que ese viejísimo árbol tiene, de joven, las espinas en su tronco para protegerse de la mega fauna que por allí se paseaba, en los viejos, viejos tiempos. Junto a la hoja de la Ceiba dibujaría un Gliptodonte, que quién sabe cómo eran.
La morera, de cuya hoja se alimentan los gusanitos de seda, junto a esa hoja dibujaría también las hilanderas de seda y conseguiría un capullito blanco para anexar a la imagen, para recordar cada detalle de aquellas sabias presencias arboladas.
El árbol del algodón no podría faltar en el libro, tampoco el proceso de la fabricación de papel con su fruto deshilachado, suave y blanco.
También dibujaría el palo mulato, aquel árbol que le dicen el árbol del turista, porque pierde su corteza, (igual que el turista se descascara por el sol) y cuya corteza sirve para curar la diarrea.
El Copal, árbol con el que hacían los alebrijes, seres mitológicos, atraídos de lo más profundo de la imaginación, pintados con tantos colores como detalles tuvieran.
Los órganos también los dibujaría, no podría pegar la hoja porque sólo tiene espinas. Son unos cactus largos y altísimos como los órganos de pipas de las iglesias. También ella quisiera tomar, por ejemplo, aquel parásito llamado grana cochinilla, que es blanca y se posa en el poro de la espina y cuando uno lo apachurra con la mano se torna rojo, como si uno se hubiera pinchado con una rueca y brotara sangre del dedo. Con ello tiñen tejidos como seda, algodón, lana y también el papel. Va a necesitar ilustrar todo aquello que no tiene hojas y luego va a seguir caminando de una geografía a otra para llenar todas las hojas blancas de aquel libro, con hojas de colores.




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