sábado, 13 de junio de 2015

Thea y Friné. Tlacotalpan, Veracruz.

 Thea aprendió a volar con su mamá, Friné. Friné tenía una mochila gigante donde podía guardar su casa y sacarla cuando le hiciera falta. Su pequeña hijita antes de aprender a caminar supo como volar. Se tomaban de las manos en cualquier carretera, lanzando una moneda al aire elegían que dirección tomar y agarrando las corrientes de aire más favorables se dirigían al rumbo que el destino les deparara. La mochila tenía un paracaídas que las ayudaba a caer con gracia en el medio de las ciudades. Una vez cayeron en medio de un pueblito que le gustó mucho a Friné, donde se dio cuenta que habían pasado mucho tiempo volando, que la niña pequeñita ya tenía veinte años y las alas cansadas. Descansaron un tiempo terrestre, feliz y acuático.
Hasta que a la pequeña Thea ( porque siempre fue de tamaño minúsculo, para agarrar mejor las corrientes de aire) descubrió un nuevo artefacto, con el cual podría volar sin alas: era una bicicleta. Y lo mejor era que con la bicicleta llegaba un compañero que le enseñaría a pedalear sin miedo, a reparar y solucionar cualquier inconveniente en el aparato, a salpicar charcos, brincar hoyos y hasta perseguir mariposas. Era hora de rodar por el mundo, su alma voladora no desistiría por el cansancio de una vida entera volando.
Su mamá le dio un beso cariñoso y le regaló su gran mochila.

Antes de partir Thea consiguió un papalote, papalotl, mariposa en nahuatl... cometa en sudamérica y lo amarró fuertemente al manillar de su bicicleta. Así ella llevaría como estandarte el legado de su infancia y en las cornisas peligrosas de las altas montañas donde las piernas se cansan, le mostraría a su compañero la belleza de volar y de tirar al aire una moneda para dejarse atrapar por las corrientes de aire más favorables.

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